Red Latinoamericana y del Caribe de Jóvenes con VIH - Matías Marín (Chile)

 La historia de la Red Latinoamericana y del Caribe de Jóvenes con VIH (J+LAC), narrada a través de la experiencia de Matías Marín, expone con fuerza el vínculo entre salud, derechos y organización social desde una perspectiva generacional. El relato articula lo individual y lo colectivo, abordando el VIH no solo como una condición médica, sino como un fenómeno profundamente político, social y cultural.

Desde el diagnóstico personal, se hace evidente cómo el VIH sigue siendo una marca social que activa prejuicios y temores enraizados. La falta de educación sexual integral, las campañas estatales deficientes y estigmatizantes, y los procesos burocráticos complejos son obstáculos reales para acceder al diagnóstico, tratamiento y contención emocional. Esta dificultad es especialmente grave en jóvenes, quienes, por falta de información o por temor a la discriminación, enfrentan el virus en soledad o con culpa.

Sin embargo, ante esa realidad se erige una red de activismo joven que transforma la vulnerabilidad en acción. La creación de organizaciones como el CEVVIH (Círculo de Estudiantes Viviendo con VIH) da cuenta de una respuesta concreta frente al abandono institucional. Estas agrupaciones no solo acompañan emocionalmente, sino que también construyen saberes colectivos, ofrecen guías de acceso al tratamiento y visibilizan rostros y voces que han sido históricamente silenciadas.

El activismo juvenil redefine las formas de narrar el VIH. A través de las redes sociales, el uso estratégico de los medios y campañas de comunicación que combaten la invisibilización, los jóvenes construyen nuevas formas de representación que desafían la moral dominante. No buscan generar miedo, sino empatía y comprensión. En lugar de ocultar, muestran. En vez de victimizar, se empoderan.

Además, este movimiento se inscribe en una genealogía de luchas más amplias por los derechos sexuales y reproductivos. La militancia actual es heredera de generaciones anteriores que conquistaron leyes, tratamientos y espacios de cuidado. Pero también es crítica de sus límites y está dispuesta a disputar sentidos, especialmente en torno al estigma, las condiciones de acceso igualitario al tratamiento en todo el territorio y la necesidad urgente de educación sexual como política pública.

La organización en redes transnacionales, como J+LAC y la Alianza Liderazgo en Positivo, pone en juego la dimensión regional del activismo. El VIH se convierte así en un punto de partida para conectar juventudes, compartir experiencias y proyectar una visión común de derechos, salud y dignidad. Lejos de encerrarse en el sufrimiento, la lucha se convierte en identidad, propósito y forma de vida. Esta perspectiva no niega el dolor ni las dificultades, pero las integra en un horizonte político de transformación.

En definitiva, el relato muestra que el VIH, en el contexto latinoamericano, revela tanto las fracturas de las estructuras sociales como las potencias de la autoorganización. Desde las juventudes, el activismo desafía no solo al virus, sino a todo el sistema que lo agrava: el silencio, el miedo, la exclusión. Y lo hace desde el cuerpo, la palabra y la acción.

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