VIH-sida: las políticas sanitarias y el activismo frente a la sanción moral, los prejuicios y el desconocimiento ( Olga Echeverría)
“[...] tenemos un impulso que nos lleva a causar dolor a los que odiamos; creemos por ello que son malvados y que el castigo los corregirá. Esta creencia nos permite actuar bajo el impulso de causar dolor, en tanto que creemos actuar motivados por el deseo de hacer que los pecadores se arrepientan” (Russell, [1921] citado en Mark Platts, Una ética de la tolerancia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 37).
A principios de la década de los ochenta, algunos médicos estadou nidenses empezaron a observar que había grupos de pacientes con enfermedades muy poco comunes. Los primeros casos se detectaron entre homosexuales de Nueva York y California. Estas personas pa decían enfermedades como el sarcoma de Kaposi, un tipo raro de cáncer de piel, así como un tipo de infección pulmonar que trans miten los pájaros. Pronto se detectaron también casos entre droga dictos por vía intravenosa y receptores de transfusiones de sangre. En 1982 se dio nombre a esta enfermedad: síndrome de inmunodefi ciencia adquirida. Desde entonces el sida ha matado a más de treinta.
millones de personas en todo el mundo y ha dejado huérfanos a, por lo menos, doce millones de niños solo en África. El sida24 se desencadena a partir de un virus que se transmite me diante el contacto directo con fluidos corporales infectados, que pro vocan una inmunodeficiencia en el organismo al atacar a un tipo de glóbulos blancos que son los que ayudan a combatir las infecciones. Dado que generalmente quien lo contrae padece varias enfermeda des a la vez, y no una sola, al hablar del sida se hace referencia a un síndrome. El virus se denomina VIH (virus de inmunodeficiencia humana), o HIV, por sus siglas en inglés. Si bien el síndrome fue detectado en 1980, en la década anterior había habido una serie de casos de una enfermedad no identificada en Estados Unidos, e incluso antes, en la década del sesenta, ya se había presentado en Kinshasa, la capital de la República Demo crática del Congo, cuando el VIH empezaría a convertirse en lo que es actualmente: una pandemia mortal que ya le ha costado la vida a más de treinta millones de personas. Un equipo de in vestigadores, entre los que se encuentra el español David Posa da, de la Universidad de Vigo, cuyo trabajo se publica en Science, demuestra un dato fundamental desde un punto de vista de sa lud pública: el VIH–1 no se propagó exclusivamente por causas biológicas, sino que también fue provocado por cambios socia les, económicos y demográficos. Así, entre los años 1920 y 1950 se produjo una ‘tormenta perfecta’ de factores, que incluyeron el crecimiento urbano, el desarrollo de infraestructuras ferrovia rias durante el gobierno colonial belga, que aumentó el tránsito y circulación de personas en la región, cambios en el comercio sexual y, paradójicamente, el impulso de iniciativas de salud pú blica –vacunación sin esterilizar las jeringas y agujas– se combi naron para que el subtipo M del VIH se extendiera, primero por África y después por todo el planeta. Según David Posada(2014), investigadores de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Lovaina al estudiar la historia genética del VIH, han establecido que su presencia en el Congo data de 1920 y desde allí se propagó hasta convertirse en la pandemia que ya lleva cuatro décadas y, como hemos dicho, millones de víctimas.
La campaña Stop SIDA (STOP AIDS) se basó en mensajes trasmitidos a través de imágenes. Para reflexionar sobre la función de las imágenes y el arte en procesos epidémicos pueden consultarse los capítulos de Silvana A. Gómez y Lucas Andrés Masán en este libro.
El VIH/Sida no puede entenderse únicamente como una condición médica, ya que su significado y repercusión han sido moldeados por procesos históricos, políticos y sociales. El virus se convierte en una figura simbólica, alrededor de la cual se construyen miedos, estigmas y exclusiones que afectan de manera desproporcionada a ciertos grupos sociales, como personas LGBTQ+, trabajadoras sexuales, usuarios de drogas inyectables y personas racializadas.
Este fenómeno da cuenta de cómo las enfermedades pueden funcionar como dispositivos de control social. Al etiquetar a ciertos cuerpos como “riesgosos” o “peligrosos”, se refuerzan estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la marginación. En este sentido, la biomedicina no solo actúa sobre cuerpos enfermos, sino también sobre cuerpos sociales, al definir quién merece cuidado, compasión o castigo.
La respuesta institucional al VIH/Sida también revela la tensión entre el saber científico y las formas de vida de las comunidades afectadas. Las políticas públicas muchas veces priorizan el control epidemiológico antes que la atención a los derechos humanos, lo que da lugar a estrategias de intervención punitivas y moralizantes. Se invisibilizan las voces de quienes viven con el virus y se reducen sus experiencias a datos estadísticos.
Al mismo tiempo, las personas seropositivas han construido resistencias simbólicas y políticas. A través de movimientos sociales, redes de apoyo y expresiones artísticas, se han apropiado de su condición para generar conciencia, demandar justicia y transformar la percepción social del VIH/Sida. Esta agencia desafía el rol pasivo asignado por la medicina y exige ser reconocida como interlocutora válida en el diseño de políticas y discursos.
El VIH/Sida pone en evidencia la vulnerabilidad compartida de todos los cuerpos. Lejos de ser un problema de minorías, interpela las formas en que la sociedad gestiona el dolor, el deseo, el placer y la muerte. Invita a repensar las nociones de salud, enfermedad y cuidado desde una ética de la interdependencia y el reconocimiento mutuo.
.png)
.png)
Comentarios
Publicar un comentario